El teléfono

El primer teléfono que vi en mi vida fue en la casa de mi abuela, no tengo tan claro si era algo así como gris o un verde muy opaco y tenía disco marcador para los números. El aparatejo me parecía fascinante, durante mi primera infancia siempre merodeé el aparador que lo contenía esperando su sonido chillón y como de timbre de colegio. Cuando nos fuimos a nuestra casa nueva nos llegó nuestro propio teléfono que, para la época, ya era más moderno, tenía teclitas y se podía digitar. Para ese entonces ya estaba en el colegio pero aun no recibía llamadas de mis compañeros, por el contrario, casi siempre eran para mi mamá o mi papá.

Cuando contestaba el teléfono y era para mi madre se complicaba la identificación, ya que yo me llamo como mi progenitora. Se podría decir que soy la Junior -qué forma horrible tienen los norteamericanos de llamar a los hijos cuando se repite el nombre del padre, por suerte estamos en Chile- y a mis cortos 7 u 8 años lo que aprendí intuitivamente fue a diferenciarnos:

-¿Aló está Carolina?- Preguntaba alguna amiga
-¿Cuál de las dos: la grande o la chica?- preguntaba yo

De ahí se bifurcaban varias respuestas: la grande, la mamá y cuando la amiga era muy cercana se armaba una breve conversación acerca de cómo estaba yo y cómo me había ido en el colegio. Luego de esto le pasaba el auricular a mi madre.

La adolescencia trae consigo miles de horas de teléfono con camaradas de colegio, justo coincidió que en mi casa compraron un inalámbrico. Las discusiones familiares versaron sobre mis eternas conversaciones con amigos y mucha incomprensión de parte de todos; yo del dinero que implicaban mis llamadas francamente para el record guiness, de mis padres olvidar que estaba en ese proceso de desapego emocional tan necesario en esa época.

Cuando ya entré a la universidad, en poco tiempo, comenzaron los usos de los teléfonos celulares que rehuí gran parte de la carrera universitaria. Me parecía muy vigilante eso de que todo el mundo supiera donde estaba yo, cómo ya no podía haber un momento en que te dejaran tranquila y tú simplemente hacer las cosas que querías hacer, sin que nadie de una llamada te cambiara los planes porque sí.

Aguanté en la trinchera casi sin teléfono móvil hasta mi primer trabajo, de pronto un día de marzo, la secretaria de la carrera en la universidad en que trabajaba después de chequear otra vez mi información personal al pasar me pregunta:

-¿Su teléfono celular profesora?- Me quede sorprendida.

-¿Es necesario que te lo de?-pregunte algo escéptica.

-Por supuesto profesora sino cómo la vamos a contactar- Sentí el grillete muy cerca de ese teléfono que tendría, otra vez, que habilitar e inevitablemente el mundo laboral me obligó a incorporar el celular en mi cotidiano.

Luego comenzó el boom tecnológico que incluía no solo el móvil sino que también un montón de aplicaciones para el sistema operativo del dispositivo. Se cambió la forma de interactuar con el aparato, ahora se pueden hacer miles de cosas; ver videos, jugar online, revisar rrss, navegar por internet, sacar fotos, bajar documentos o escribir. A pesar de todo eso, como dice Martin Kohan, se insiste en llamarlo teléfono, aunque hablar sea la actividad que menos se realice hoy en día. Quizá es un aura de su labor pasada que lo sigue cobijando, ya que se puede considerar parte de las revoluciones tecnológicas que se vivieron en la centuria pasada. A principios del siglo XX, el teléfono en un mundo de recados y cartas escritas debió haber sido un golpe de modernidad sin precedentes. Cambio hasta las relaciones diplomáticas, recordado es el Teléfono Rojo, una línea directa que tenía La Casa Blanca y el Kremlin que se implementó en 1963 en plena Guerra Fría.

Las generaciones más jóvenes consideran que llamar a otro es algo muy invasivo, prefieren mandar audios, comportamiento que es distinto entre gente de la tercera edad más habituada a llamar. Algo que hace muy poco desactive en WhatsApp fue que se viera cuando estoy en línea y las marcas dobles azuladas de visto. La verdad que cuando saque esa función recuperé algo más de mi libertad y tengo la posibilidad de decidir cuándo responder. Sin embargo a la pregunta “¿Si se te queda el celular te devuelves a buscarlo?” debo decir que soy de ese grupo que tiene que regresar a casa para buscar el móvil en horario de trabajo.

El teléfono

Deja un comentario